miércoles, 9 de noviembre de 2011


 
  Parte 2/2
 
Martí: la muerte sin sosiego
Es fácil justificar por qué el Apóstol salió a combatir el 19 de mayo de 1895, pero no explicar por qué fue el único cubano que cayó en Dos Ríos.
por MIGUEL FERNáNDEZ-DíAZ, Miami
 
El relato que presenta La Jiribilla se torna primero contradictorio cuando señala que Gómez "ordenó la retirada aunque no abandonó un instante el empeño de rescatar a su amigo", y enseguida una broma colosal por decir que envió "un mensaje al jefe de la columna española, al cual casi suplicaba la devolución, sano o herido, de José Martí".
El único mensaje del viejo general mambí a su adversario en Dos Ríos está fechado el 20 de mayo de 1895 y afirma: "[E]nvío a usted mi ayudante Ramón Garriga, para saber, por conducto de usted mismo, si el señor Martí está en su poder herido y cuál sea su estado, o si muerto, dónde han quedado depositados sus restos. Eso es todo, porque en el último caso, percances son esos de la guerra y para nosotros, no obstante ser el señor Martí un compañero estimable, nada importa un cadáver más o menos de tantos que tendrá que haber en la guerra que sostenemos".
Tanto dentro como fuera
Fuera de la red, no sólo la prensa castrista propaga sombras con artículos como "Luz continua" (Granma, 19 de mayo de 2004), de Iraida Calzadilla, quien asevera: "De nada valió que Gómez, ante la sorpresiva embestida enemiga, le ordena[ra a Martí] pasar a la retaguardia". En "¿Cómo fue la muerte de Martí?" (El Nuevo Herald, 19 de mayo de 2000), Luis Gómez y Amador relata que "Martí, disconforme con la orden (…) salió en busca de Gómez. Vadeó el río Contramaestre, y al llegar a la cima de un barranco vino a encontrarse frente a la línea de fuego de los españoles". Así recicla la versión espuria de Lorenzo del Portillo (Patria, Nueva York, 31 de mayo de 1896), que apareció hasta ilustrada (Cuba y América 59, 20 de mayo de 1899) antes de ser refutada no sólo por Máximo Gómez en su Relación (1905), sino también por otros muchos protagonistas del combate, como Dominador de la Guardia (mambí) y Fernando Iglesias (español).
También los intelectuales orgánicos del castrismo se encargan de imaginar la luz de una vela historiográfica cuando está apagada. Después que instruyó cómo releer Martí el Apóstol (1933), de Jorge Mañach, Luis Toledo Sande aportó su propio estudio biográfico (Cesto de llamas, 1996), que mereció el Premio de la Crítica. Al explanar la acción de Dos Ríos, este biógrafo señala que Gómez y Martí no disponían de escolta adecuada ni hubo tiempo de preparar la defensa frente al enemigo, bien armado y favorecido por la sorpresa.
Tal vez convenga repasar las notas de Juan Masó Parra: "Después de almuerzo llegó el capitán Ramos y anunció que la columna española acampaba al otro lado del río. El general Gómez, con los generales Masó y Borrero, salieron con dirección al enemigo, pasando imprudentemente el río Contramaestre, cosa que no debió jamás hacerse" (Primera parte de un libro para la historia de Cuba, 1904).
No pueden considerarse sorprendidos quienes arremeten contra el enemigo acampado, luego de pasar a caballo un río crecido. Los mambises no sólo cargaron ignorando qué posiciones ocupaban las tropas españolas. Enrique Loynaz concluyó también que no hubo dirección alguna, sino galopar frenético y desordenado (Memorias de la guerra, 1989).
Desde la temprana monografía de Rafael Sentmanat se sabe que "vano sería pretender conciliar todas las narraciones" (El calvario de Martí, La Habana: América, 1923). Pero al menos debe guardarse la distancia crítica frente a la simple recomendación, advertencia, orden, consejo, indicación o lo que sea, de quedarse atrás, porque no bastaban para orientar a quien recibía su bautismo de fuego. Es fácil justificar por qué Martí salió a combatir para, de inmediato, circundar su muerte con vueltas de imaginación poética o alarde patriótico. Mas lo que debe explicarse es por qué fue el único cubano que cayó en la escaramuza de Dos Ríos.
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