lunes, 28 de octubre de 2013




José Martí
Julián del Casal
Crónicas y Ensayos

Julián del Casal fue el talento literario más destacado del Modernismo en Cuba. Esta crónica José Martí la publicó en el diario “Patria” en Nueva York en 1893.



Julián del Casal

Aquel nombre tan bello que al pie de los versos tristes y joyantes parecía invención romántica más que realidad, no es ya el nombre de un vivo. Aquel fino espíritu, aquel cariño medroso y tierno, aquella ideal peregrinación, aquel melancólico amor a la hermosura ausente de su tierra nativa, porque las letras sólo pueden ser enlutadas o hetairas en un país sin libertad, ya no son más que un puñado de versos, impresos en papel infeliz, como dicen que fue la vida del poeta.

De la beldad vivía prendida su alma; del cristal tallado y de la levedad japonesa; del color del ajenjo y de las rosas del jardín; de mujeres de perla, con ornamentos de plata labrada; y él, como Cellini, ponía en un salero a Júpiter. Aborrecía lo falso y pomposo. Murió, de su cuerpo endeble, o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme. De él se puede decir que, pagado del arte, por gustar del de Francia tan de cerca, le tomó la poesía nula, y de desgano falso e innecesario, con que los orífices del verso parisiense entretuvieron estos años últimos el vacío ideal de su época transitoria. En el mundo, si se le lleva con dignidad, hay aún poesía para mucho; todo es el valor moral con que se encare y dome la injusticia aparente de la vida; mientras haya un bien que hacer, un derecho que defender, un libro sano y fuerte que leer, un rincón de monte, una mujer buena, un verdadero amigo, tendrá vigor el corazón sensible para amar y loar lo bello y ordenado de la vida, odiosa a veces por la brutal maldad con que suelen afearla la venganza y la codicia. El sello de la grandeza es ese triunfo. De Antonio Pérez es esta verdad: «Sólo los grandes estómagos digieren venenos».

Por toda nuestra América era Julián del Casal muy conocido y amado, y ya se oirán los elogios y las tristezas. Y es que en América está ya en flor la gente nueva, que pide peso a la prosa y condición al verso, y quiere trabajo y realidad en la política y en la literatura. Lo hinchado cansó, y la política hueca y rudimentaria, y aquella falsa lozanía de las letras que recuerda los perros aventados del loco de Cervantes. Es como una familia en América esta generación literaria, que principió por el rebusco imitado, y está ya en la elegancia suelta y concisa, y en la expresión artística y sincera, breve y tallada, del sentimiento personal y del juicio criollo y directo. El verso, para estos trabajadores, ha de ir sonando y volando. El verso, hijo de la emoción, ha de ser fino y profundo, como una nota de arpa. No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble o graciosa.-Y ese verso, con aplauso y cariño de los americanos, era el que trabajaba Julián del Casal. Y luego, había otra razón para que lo amasen; y fue la poesía doliente y caprichosa que le vino de Francia con la rima excelsa, paró por ser en él la expresión natural del poco apego que artista tan delicado había de sentir por aquel país de sus entrañas, donde la conciencia oculta o confesa de la general humillación trae a todo el mundo como acorralado, o como antifaz, sin gusto ni poder para la franqueza y las gracias del alma. La poesía vive de honra.

Murió el pobre poeta, y no lo llegamos a conocer. ¡Así vamos todos, en esa pobre tierra nuestra, partidos en dos, con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio !Nos agriamos en vez de amarnos. Nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por entre las rejas de una prisión. ¡En verdad que es tiempo de acabar! Ya Julián del Casal acabó, joven y triste. Quedan sus versos. La América lo quiere, por fino y por sincero. Las mujeres lo lloran.




José Martí
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viernes, 4 de octubre de 2013


José Martí
(La Habana, 1853 - Dos Ríos, Cuba, 1895) Político y escritor cubano. Nacido en el seno de una familia española con pocos recursos económicos, a la edad de doce años José Martí empezó a estudiar en el colegio municipal que dirigía el poeta Rafael María de Mendive, quien se fijó en las cualidades intelectuales del muchacho y decidió dedicarse personalmente a su educación.
El joven Martí pronto se sintió atraído por las ideas revolucionarias de muchos cubanos, y tras el inicio de la guerra de los Diez Años y el encarcelamiento de su mentor, inició su actividad revolucionaria: publicó una gacetilla El Diablo Cojuelo, y poco después una revista, La Patria Libre, que contenía su poema «Abdalá».
A los diecisiete años José Martí fue condenado a seis de cárcel por su pertenencia a grupos independentistas. Realizó trabajos forzados en el penal hasta que su mal estado de salud le valió el indulto. Deportado a España, en este país publicó su primera obra de importancia, el drama Adúltera. Inició en Madrid estudios de derecho y se licenció en derecho y filosofía y letras por la Universidad de Zaragoza.
Durante sus años en España surgió en él un profundo afecto por el país, aunque nunca perdonó su política colonial. En su obra La República Española ante la Revolución Cubana reclamaba a la metrópoli que hiciera un acto de contrición y reconociese los errores cometidos en Cuba. Tras viajar durante tres años por Europa y América, José Martí acabó por instalarse en México.
Allí se casó con la cubana Carmen Sayes Bazán y, poco después, gracias a la paz de Zanjón, que daba por concluida la guerra de los Diez Años, se trasladó a Cuba. Deportado de nuevo por las autoridades cubanas, temerosas ante su pasado revolucionario, se afincó en Nueva York y se dedicó por completo a la actividad política y literaria.
Desde su residencia en el exilio, José Martí se afanó en la organización de un nuevo proceso revolucionario en Cuba, y en 1892 fundó el Partido Revolucionario Cubano y la revista Patria. Se convirtió entonces en el máximo adalid de la lucha por la independencia de su país.
Dos años más tarde, tras entrevistarse con el generalísimo Máximo Gómez, logró poner en marcha un proceso de independencia. Pese al embargo de sus barcos por parte de las autoridades estadounidenses, pudo partir al frente de un pequeño contingente hacia Cuba. Fue abatido por las tropas realistas cuando contaba cuarenta y dos años. Martí es, junto a Bolívar y San Martín, uno de los principales protagonistas del proceso de emancipación de Hispanoamérica.
La obra literaria de José Martí
Además de destacado ideólogo y político, José Martí fue uno de los más grandes poetas hispanoamericanos y la figura más destacada de la etapa de transición al modernismo, que en América supuso la llegada de nuevos ideales artísticos.
Como poeta se le conoce por Ismaelillo (1882), obra que puede considerarse un adelanto de los presupuestos modernistas por el dominio de la forma sobre el contenido; Versos libres (1878-1882), La edad de oro (1889) y Versos sencillos (1891), esta última decididamente modernista y en la que predominan los apuntes autobiográficos y el carácter popular
En A mis hermanos muertos el 27 de noviembre (1872), publicado durante su destierro en España, Martí dedica sus versos a los estudiantes muertos en una masacre acaecida en aquella fecha. Su única novela, Amistad funesta, también llamada Lucía Jérez y firmada con el pseudónimo de Adelaida Ral, fue publicada por entregas en el diario El latino-Americano entre mayo y septiembre de 1885; aunque en su argumento predomina el tema amoroso, en esta obra de final trágico también aparecen elementos sociales.
Entre sus obras dramáticas destacan Adúltera (1873), Amor con amor se paga (1875) y Asala. También fundó una revista para niños, La Edad de Oro, en la que aparecieron los cuentos Bebé y el señor Don Pomposo, Nené traviesa y La muñeca negra, y colaboró con diversas publicaciones de distintos países, como La Revista Venezolana, la Opinión Nacional de Caracas, La Nación de Buenos Aires o la Revista Universal de México.
Cronista y crítico excepcional, hizo de muchos de sus textos auténticos ensayos, algunos de carácter revolucionario como El presidio político en Cuba (1871) -de gran fuerza lírica-, El Manifiesto de Montecristi o su Diario de campaña. Sus Obras completas (1963-1965) constan de 25 volúmenes.
TOMADO DE:  http://www.biografiasyvidas.com/biografia/m/marti.htm






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sábado, 1 de junio de 2013



Grandes Debates Espíritas

En “El Espiritismo Seduce a Francisco I. Madero”, la investigadora que hemos citado reiteradamente, destaca que en el espacio público conocido como el Liceo Hidalgo –foro de discusión sobre la cultura y las letras-, en 1875, el espiritismo libró grandes batallas públicas que le llevaron a estar en primerísima escena en la esfera de la ciencia y la filosofía.
Los debates, iniciados el 5 de abril de 1875, se enfocaron hacia la relación del espiritismo con la ciencia, el materialismo y el espiritismo.
De entre los grandes personajes nacionales y extranjeros que presenciaron y participaron de esas reuniones destacan: José Martí, espiritista y prócer cubano; Justo y Santiago Sierra –este último literato y gran promotor del espiritismo y quien desencarnara tempranamente como consecuencia de un duelo de armas en 1880-, Gabino Barreda, positivista poblano que fuera nombrado Director General de la recién fundada Escuela Nacional Preparatoria, y el escritor, poeta y periodista, Ignacio Ramírez El Nigromante.
De la reunión de ese día destacan dos intervenciones citadas por el historiador José Mariano Leyva. La Primera de ellas, la del diputado jaliscience Emeterio Robles Gil, quien defendió los principales preceptos espíritas.

La segunda, la de José Martí, quien dijo sentir “en sí mismo, la existencia de un espíritu imperecedero y enteramente ajeno a la materia”.
En esa reunión Martí enfrentó un debate con Gustavo Baz, quien defendía los postulados del materialismo.

Por su valor testimonial y por lo que representó Martí para el espiritismo en Cuba, se reproduce su exposición, citada en “El Ocaso de los Espíritus”:
“Yo vengo a esta discusión con el espíritu de conciliación que norma todos los actos de mi vida. Yo estoy entre el materialismo que es la exageración de la materia y el espiritismo que es la exageración del espíritu. ¿Qué es el espíritu? Nos pregunta el señor (Gustavo) Baz. El espíritu es lo que él piensa, lo que nos induce a actos independientes de nuestras necesidades corpóreas, es lo que nos fortalece, nos anima, nos agranda en la vida. ¿No recuerda el señor Baz cuando ha depositado un beso casto en la frente de su madre, cuando ha amado con la pasión del poeta, cuando ha escrito con miserable tinta y en miserable papel algo que no era miserable? Es algo que nos da la propia convicción de nuestra inmortalidad, nos revela nuestra preexistencia y nuestra sobreexistencia”.
Los debates subsecuentes atrajeron tal número de espectadores, que las sesiones debieron trasladarse al Teatro del Conservatorio.
Como sinónimo de la importancia que tenían estas discusiones, se señala la cobertura que dio a las mismas el periódico “El Federalista”, en donde se reprodujeron tales debates, así como también lo hizo “El Porvenir”.

Debe resaltarse el nivel de estudio y conocimiento que para esos años existían ya de la doctrina espírita, en razón de que en un artículo periodístico, Santiago Sierra se refiere ya al éter como fluido conductor de la vida espiritual.

Citamos parte de dicho artículo, publicado de igual manera en la obra de la historiadora Tortolero, en el que Santiago Sierra refuta argumentos en contra del espiritismo expresados por Francisco Pimentel, director del Liceo Hidalgo, en una ponencia denominada “Materialismo y Espiritismo”.
Expresa Sierra: “También me abstengo de rechazar el cargo, que nos hizo Ud. de contradecirnos al afirmar que el espíritu es incorpóreo y bicorpóreo. El espíritu es un agente cuya naturaleza nos es desconocida, pero que se vale para manifestarse físicamente, en el cuerpo y fuera del cuerpo, de una fuerza especial cuya esencia no es tan inaccesible.
“Esa fuerza, que es quizás el éther (sic) –anotación de la historiadora- en cierto modo de vibración, y el ser que la posee, forman dos entes distintos, sin que esto quiera decir que el espíritu sea materia, ni que no lo sea, ni que sea dos cuerpos. Tal es nuestra creencia.”
Asimismo, por su valor histórico se reproduce un debate entre Gabino Barreda y Santiago Sierra, el cual, a su vez, es citado por Yolia Tortolero del artículo Espiritismo y Positivismo, de la autoría de Francisco G. Cosmes, en el periódico “El Federalista”, en su edición del 21 de abril de 1875.
En otra sesión del Liceo Hidalgo, el 22 de abril de 1875, cuando todas las localidades estaban agotadas, hablaron Telésforo García, Joaquín Calero y Gabino Barreda. Entre ellos, Barreda dividió su discurso en dos partes: la primera, para exponer su sistema positivista y la segunda, para atacar al espiritismo, negándole la influencia que en el estudio de las ciencias pudiera tener. Barreda dijo entre otras cosas que:

“Mientras la ciencia había logrado demostrar la existencia de los fenómenos físicos por medio de las leyes constantes e invariables, el espiritismo no había conseguido todavía presentar una sola ley”.
Gabino Barreda terminó su exposición y, de inmediato, Santiago Sierra se levantó en la sesión para impugnarlo porque el primero había dicho que: “los espíritas aseguran que debe haber habitantes en los planetas porque esto es muy bonito. No, contestó Sierra, porque la ciencia demuestra que en cualquier punto del espacio, en donde quiera que existe un átomo organizado, hay existencia”.
En los días más intensos de ese debate, la Sociedad Espírita Central de la República Mexicana habría decidido fijar su postura de la manera más pública posible: publicando un desplegado en el periódico “El Federalista” el 28 de abril de 1875.
Se trataba de lo que denominaba El Credo Religioso y Filosófico de la Sociedad Espírita, documento firmado por Manuel Plowers, Refugio I. González y Santiago Sierra.
De acuerdo con la Yolia Tortolero, dicho documento señalaba que la doctrina practicada por la Sociedad se apegaba a los principios de Allan Kardec y sostenía la existencia del alma y espíritu, así como su inmortalidad e individualidad. Exponía como esencial la pluralidad de existencias o la reencarnación en mundos adecuados a su estado de avance moral o campo vibratorio.
Remarcaba la creencia en Dios y citaba sus atributos con base en las preguntas 1 y 13 del “Libro de los Espíritus”.

Una de las críticas que las diversas corrientes del positivismo y catolicismo de la época esgrimían era la posibilidad de las comunicaciones con los espíritus de los que ya han desencarnado.
Y por ello, en dicha publicación establecía que la comunicación con los espíritus es de utilidad, en razón de las valiosas enseñanzas para la humanidad, así como se subrayaba al espiritismo como El Consolador prometido por Jesús,
Así como el codificador expresa que el espiritismo y la ciencia no se contradicen, Santiago Sierra refrendó esos principios al publicar una serie de artículos en “El Federalista”.
“…si algún principio del espiritismo pugna con algún principio científico, que se nos indique; si se cree que las comunicaciones de ultratumba no pueden coexistir con la ciencia, demuéstrese: tenemos curiosidad de saber qué ley de astronomía, de mecánica, de física, de química, de fisiología o de anatomía viene por tierra con la intervención de los espíritus.”
Tras la experiencia del Liceo Hidalgo, existen indicios de que el espiritismo –quizás no de manera planeada- privilegió trabajar dentro del propio movimiento y de ahí en adelante comenzará a diluirse su presencia pública organizada hasta nuestros días.
En 1893 “La Ilustración Espirita” dejó de imprimirse y al parecer eso impactó en los recursos de comunicación y vinculación con los centros espíritas y no fue sino hasta 1906 y 1908 cuando se organizaron sendos Congresos Nacionales Espíritas, que se reanudaron las vinculaciones de manera momentánea.

domingo, 19 de mayo de 2013


A MANERA DE  HOMENAJE EN EL 118 ANIVERSARIO DE LA CAÍSDA DEL APÓSTOL EN DOS RÍOS REPRODUCIMOS ESTE BRILLANTE ENSAYO DE NUESTRO ERUDITO MÁXIMO, DOCTOR JORGE MAÑACH. ¡QUÉ LO DISFRUTEN!:

José Martí
Críticas y Comentarios
Perfil de Martí

Esta crítica comentario acerca del Perfil de Martí por Jorge Mañach fue escrita en agosto de 1940 en La Habana y aparece en el folleto “Archivo de José Martí”, Año II No. I de Julio, 1941 Publicado por el Ministerio de Educación, Imprenta Escuela del Centro Superior Tecnológico, Ciudad Escolar, Ceiba de Agua, La Habana, Cuba, páginas 22-34.



Perfil de Martí

Allá en Oriente, cuyas imágenes traigo aún prendidas a la emoción, la cadena de montañas que rodea a Santiago de Cuba termina, vista desde el mar, en una, más señera que las demás, cuya cima, cuando no la ocultan las nubes, tiene una rara forma cúbica, un raro color de acero y, sobre todo, un raro desasimiento. Se perfila, en efecto, como una gran mole cuadrada, que hubiera sido colocada allí demiúrgicamente. Corona la sierra, y ya no es, sin embargo, parte sólida de ella. Parece una dádiva geológica, una enorme improvisación telúrica; pero se halla secularmente equilibrada en aquella altura. Es la Gran Piedra.

De parecido modo, la cordillera de patricios que se ha perfilado ante ustedes en este curso remata en Martí. Martí es parte de ella: nace de ese henchimiento espiritual que es nuestro siglo XIX; sin embargo, se desprende de él y de nuestra isla y hasta de nuestra historia con un perfil casi autónomo y con una eminencia tal que se le ve desde muy lejos - cuando no lo tapan las nubes.

Las nubes que tapan las cumbres son parte de su destino cimero. En torno a estos hombres que no son ya meros hombres, que son hombres geniales, se concitan inevitablemente los cirros y los cúmulos de la apoteosis. La altura misma hace de ellos un misterio, una zona inexplorada. Se les conoce sólo de perfil y de lejos. Nos habituamos a hablar y a escribir de ellos en forma alusiva y vagarosa con los acentos de la reverencia más que del examen. Son las víctimas augustas de un panegirismo desbordado y sin detalles, constantemente amenazado de convertirse en inerte beatería. Ya lo ven ustedes: yo mismo hubiera querido comenzar esta semblanza de Martí en tono menor y, sin poder remediarlo, me he encaramado a símiles montañeros. Se acerca uno a Martí con un sobrio propósito de escrutación y mesura, y se da uno de' bruces con eso, con la montaña. Tiene que volver a alejarse para cobrarle el perfil.

En una semblanza breve, como ésta a que me obliga la índole del presente curso, no hay sino resignarse a eso. Pero un amigo nuevo de Santiago logró subir ha poco a la Gran Piedra. Cuenta que desde allí se ve un ancho trozo de isla y de mar; que la mole tiene debajo como un gran cobijo, y que hay hondas cavidades en el cuerpo de la montaña y una vegetación poderosa que por toda ella se derrama. Algún día, supongo yo, logrará también alguien una proeza similar de alpinismo martiano, y acabaremos de verle a Martí, empezaremos a verle, todo lo que hay en su mole de hondura y de primor, de núcleo y de accidente, de verticalidad magnífica y de elegante declive - y toda la anchura de isla y mundo que se puede otear desde el. Por hoy tendremos que contentarnos, una vez más, con mirarle el perfil.

Para que este sea un poco cabal, debo hablar del hombre, del artista, del pensador, del político. Porque de esa cuádruple vertiente está hecho aquel enorme volumen humano que, como el monolito de Santiago, se da en facetas desde su cumbre. La genialidad de Martí, lo que autoriza a llamar a Martí genial con menos timidez con que lo hizo Rubén Darío, es justamente esa diversidad en lo augusto, o esa augustez en lo diverso: quiero decir, el rango impar que llego a alcanzar en su condición humana por lo pronto, y luego en sus realizaciones de hombre de palabra y de pensamiento, con haber sido estas tan marginales a su capital empresa de hombre político. La versatilidad es relativamente fácil, y hasta común en lo egregio de la vida americana, por cierta múltiple solicitación de los pueblos nuevos sobre sus hombres escasos. Pero Martí no es propiamente versátil: no es talento equívoco, apto para vacar, por amenidad o por menester, a faenas menores y distintas. Como Sarmiento -con quien le emparejo certeramente la intuición poética de Darío- es más bien una suma de talentos primordiales, cada uno de ellos ponderable en balanza universal.

2

El primero, su talento de ser: el áureo don de humanidad que encarno en el una providencia misteriosa.

De esa calidad humana, el testimonio capital fue su vida. A un público cubano, no he de inferirle el agravio sentimental de relatarla. Bastará con señalar algunos puntos de aquella parábola perfecta que es, desde Paula hasta Dos Ríos, como la trayectoria de un solo gran propósito disparado hacia su propio destino. El destino es aquel empleo que una existencia necesita darse para estar en conformidad con su ser íntimo. En el caso de Martí se nos aparece corno la conjunción afortunada de una superior necesidad histórica con una superior aptitud individual capaz de satisfacerla. Había que acabar de emancipar a América; la independencia de Cuba y de Puerto Rico era "la última estrofa" por escribir del poema bolivarino. Y surgió, por esa providencia secreta de los pueblos que ningún materialismo histórico podrá jamás explicarnos, el "hombre acumulado" -así- definía el propio Martí al genio- capaz de realizar la tarea casi de la nada, casi inventando su propia empresa.

Vida heroica, por consiguiente. El heroísmo principal de ella, sin embargo, no fue su culminación, sino el enorme esfuerzo que hubo de mantener, desde la cuna a la muerte, para realizar aquel destino: toda una secuencia de actos oscuros de voluntad en que el niño, el adolescente, el adulto fueron trascendiéndose y superando su propio ámbito en busca de ese mundo público ideal que es como el domicilio platónico del cual ciertos hombres traen la nostalgia al nacer. Martí empieza superando, en la infancia misma, las limitaciones tremendas de su ambiente: la pobreza y la incultura absolutas de sus padres, la disciplina de celaduría en su propio hogar, la españolidad cerrada en la casa y fuera de ella. ¿Se mide bien lo que significa, a esa edad, rebelarse contra todo eso? Hay un peligro de que, de puro estar familiarizados con la vida de Martí, no le veamos bien todos sus relieves. El heroísmo empieza allí: en los empeños infantiles de El Diablo Cojuelo y La Patria Libre. Desde entonces, toda la vida de Martí será ese vigilar y sufrir, ese quemar el amor y la paz en la pira de deber que el mismo encendió, ese llevar adelante su propia convicción cuando todos en redor suyo la niegan.

Para eso había que estar ya casi sobrenaturalmente dotado, La precocidad intelectual y moral fue otra de las marcas constantes de su genio; esto y por decir que Martí fue precoz hasta la muerte, sólo que cuando la precocidad es adulta la llamamos videncia. A la edad de los trompos se suceden los preludios periodísticos y la amistad grave a Mendive, el gesto formal de heroísmo de la carta famosa. Con la adolescencia, entra ya en las responsabilidades y trabajos mayores, y recibe el bautismo de fuego solar del Presidio, donde un niño se dobla piadoso (¡con lo indiferentes y crueles que suelen ser los niños comunes!) sobre el cuerpo yaciente de un chino atacado del vómito. "He sabido sufrir", dice orgullosamente al dejar la prisión. El trabajo primero de pluma, el primero ya adulto, en que Martí cuenta todo eso, lo escribe a los dieciocho años, y es ya una muestra asombrosa de sensibilidad moral y política, y hasta de buena retórica. En el destierro prematuro, apenas le asoma el bozo y ya es el Apóstol: ya anima, lidia, discute con los doctores. Va saltando estaciones, como si adivinara lo tasada que le venía la vida para su gran faena. Esa angustia adivinadora será siempre su acicate. Ensaya a tener juventud; pero los dolores de Cuba no le dejan: los siente a distancia como un latigazo. El héroe ciudadano es ese que no necesita que lo público le hiera en sus intereses para sufrir de lo público.

Aquella mocedad de Martí es un drama: el conflicto entre esa sensibilidad herida y los derechos primarios a la casa, la familia, la carrera, el amor. Ha terminado los estudios en España. Cuba arde en la guerra de los Diez Años. Martí se va a México. Hay también un heroísmo amargo en aquella decisión de no acudir todavía al llamamiento desesperado de la manigua. Cuesta a veces más, cuando se tiene cierta clase de alma, desertar de un deber que cumplirlo. La fuente más copiosa de dolor en la vida de Martí fue la mutilación indispensable en que tuvo que ir sacrificando los requerimientos privados a los públicos. Los años juveniles de México, en que esa jerarquía de deberes andaba aún invertida por la presión de la miseria paterna, debieron de ser los más amargos para Martí. Luego viviría del gozo de su propia angustia pública; pero entonces era el dolor árido y vergonzante de contener su propio afán mayor. Se emborrachó de amor. Amor de mujer; amor de ideas; amor de justicia y claridad para la patria sustituta. No: no era simple patetismo romántico aquello que le confesaba a Rosario Acuña de que había nacido con una infinita capacidad de amar. Tan infinita era, que sólo llegaría a saciarse en el sacrificio total de sí mismo.

Pero algo debió de aliviarle entonces la percepción instintiva de que debía reservarse, de que su hora no era aún llegada. Su obra, en efecto, esperaba una dimensión mayor. No se trataba -lo vería claro después- sólo de liberar a Cuba, sino de liberarla en función de americanidad y de universalidad democrática. El tenía que llegar a su sazón, y la realidad cubana con el. En mi biografía ce Martí apunté la curiosa geometricidad, por así decir, de su preparación americana. Sabio azar fue que viviera en México, en Guatemala, en Venezuela más tarde; es decir, que conociera íntimamente un país de cada zona de América. Toda su vida parece presidida por ese fatum interno. Su experiencia de esas tierra le ensancha la comprensión de lo histórico americano, le aguza aquel sentido de lo primario y lo real con que se van a equilibrar en el la generosidad romántica y el ímpetu idealista, y le da horizonte mayor a sus desvelos. El meditador de la cultura y de la historia, afanoso por que acabe lo que queda en América de aldeanidad, nace de esa vivencia continental, y el escritor en que se hermanaron lo tradicional y lo nuevo, lo criollo y lo universal. Sin esa experiencia, por añadidura, la empresa cubana de liberación hubiera carecido de aquel profundo sentido rector suyo, de aquel celo por crear, no un coto más para el caudillismo americano, sino una república sana desde la raíz y compuesta del derecho y el menester de todos.

Pero ahora me interesa subrayar lo puramente energético y moral de aquel ascenso a la responsabilidad histórica. Fue, sobre todo, un magnífico saber esperar: tenso, activo y en cada momento heroico. A las empresas conspirativas del 80, de la Guerra Chiquita y del 84 se unió Martí sin convicción, sin más entusiasmo que el del puro deber. Puede que efectivamente se le notara entonces, como creyó notárselo Gómez en su sazón, una suerte de impaciente egotismo y contrariado magisterio. Veía sin duda Martí que aquellas eran puras improvisaciones sin sentido histórico, y acaso adivinaba que la emancipación no lo tendría hasta que el mismo se pusiese por entraña de ella. Un noble celo de su propio destino, que a los demás pudo fácilmente parecer narcisismo acaparador, luchaba, en aquellos años de espera, con la humildad voluntariosa.

El problema de Martí era hacerse de autoridad. La exclusiva del prestigio y del derecho al mando la tenían los veteranos del 68. ¿Cómo podía aspirar a emparejarse con ellos, cuanto menos a dirigirlos, un pobre poeta raído, sin bautismo de manigua ni más títulos que una palabra opulenta? Como casi todos los problemas políticos de método, era aquel un problema psicológico. Otros lo hubieran resuelto por la lisonja y por la intriga: Martí no tuvo más que abandonarse a su capacidad de querer. Puesto que para tener autoridad, había que ser héroe, el cultivaría un heroísmo moral.

Los últimos diez años de su vida fueron} una exaltación creciente de esa voluntad de sacrificio. A los que le negaron la opuso austeramente, remitiéndose a la prueba final del tiempo. Todo lo dio con tal de hacerse amar. Sirvió tiernamente a todos, para que le reconocieran el derecho de servir a lo patrio. Puso cátedra de humildad para poder mandar, y de abnegación para poder exigir. Ahogo en la propaganda su vocación de escritor lujoso. Por hacerle un hogar a todos los cubanos, renuncio a su hogar de hombre; se quedó sin el hijo propio, por ser padre de todos; sin sueldo seguro por dar un ejemplo de independencia, el que la quería para su tierra entera. Hizo magisterio de su talento, lección de su pobreza, y de su palabra, antorcha con que encender sin quemar.

Acabo por conmover a todos el espectáculo de aquel amor y aquella fe ardientes, que hablaban sin odio un lenguaje de pelea. A su servicio tuvo la mágica irradiación de energía de todos los hombres en quienes la flaqueza se hace heroica; tuvo la fuerza ante lo adverso de todos los que saben seguro el triunfo final, y aquella prueba última de salirle al paso a la muerte cuando supo agotada su misión de apóstol.

No: por más que nos acerquemos a aquella eminencia humana, será imposible descubrirle oquedades. En sazón de resentimiento, Máximo Gómez escribió que Martí era "inexorable" y que carecía "de abnegación", y hasta el Collazo converso de Cuba Independiente dejo insinuaciones críticas sobre el modo íntimo de ser de Martí: "... siendo excesivamente irascible y absolutista -anoto- dominaba siempre su carácter, convirtiéndose en un hombre amable, cariñoso, atento, dispuesto siempre a sufrir por los demás..." Si así fue, habría que reconocerle otro heroísmo, moral: el de haber superado su propio temperamento. Al cabo, se es más hondamente ejemplar cuando se logra esa perfección por disciplina de sí que cuando se responde sin esfuerzo a una perfección natural que, por lo demás, solo se da como milagro en la hagiografía, no en las vidas heroicas del mundo.

Me parece, sin embargo, que esos juicios a que acabo de aludir' -tan aislados, por lo demás, entre los testimonios del carácter martiano - obedecen a la incomprensión, por dos hombres más enérgicos que sutiles, de lo verdaderamente central en el alma del Apóstol, que fue la pasión. La clave de la patética martiana, y aún, como mostrare luego, de toda su obra, fue el amor. Cuesta un poco de esfuerzo hacerse cargo de la realidad y la intensidad de esta aptitud amorosa en Martí. Todos tenemos -¡pobre de quien no lo tenga!- cierto don de querer. Pero en la generalidad de los hombres es un querer selectivo, irregular, condicionado. Lo singular en Martí, lo genialmente humano en el, es la universal, la absoluta y persistente dimensión de su capacidad de simpatía. Los que te conocieron a fondo dan testimonio de ella. La pregona su vida entera. El mismo la declara a cada paso y se la pide a los demás conmovedoramente. Si a veces hasta parece excesivo, si sugiere al pronto un recelo de dulzarrona y como profesional zalamería, es por lo mismo que se trata de una de las dimensiones -la dimensión emotiva- de su genialidad, y porque el mundo nunca ha estado habituado a este ejercicio y publicación de amor.

La pasión es ese grado en que el amor se hace como una angustiada codicia de querer y servir. A ese grado estaba siempre exaltado en Martí. Su arrogancia ocasional de hombre humilde, su ira de hombre dulce, eran los modos cómo reaccionaba, frente al obstáculo tenaz, aquella caridad voluntariosa. El era de los apasionados a quienes declaró "primogénitos del mundo".

Lejos de hacerlo inverosímil, esa universalidad del amor en Martí es la prueba de lo genuino del sentimiento mismo. En lo moral, al contrario de lo puramente biológico, sólo el amor que no distingue ni exige es amor verdadero. Scheler ha demostrado que la razón de esto se halla en la propia naturaleza amorosa del amor, que consiste en ser un "portador de valores morales", es decir, en tornar precioso todo lo que toca. El candor de Martí, su optimismo, su fe proceden de esa misma raíz. De ella le vino el ser un gran carácter, un gran escritor y un gran político.

3

El poeta en él estaba, en efecto, regido por ese mismo imperativo amoroso de su espíritu. Cuando digo el poeta no me refiero solamente al hombre de versos: me refiero también al escritor, al orador y, por consiguiente, al hombre de pensamiento.

Casi todos los investigadores de lo martiano, ávidos de tomarle a nuestro gran hombre todas sus dimensiones, hemos caído alguna vez en la tentación de aislar un filósofo en él. La verdad es que no pasamos nunca de descubrir, junto a una evidente unidad y hondura de visión, cierto amorfismo vagaroso. Y es que Martí no era propiamente un pensador, cuanto menos un filósofo. Como lo dejó ya entender Unamuno, alma gemela, su organización mental y espiritual era esencialmente poética. El poeta siente la verdad como cosa dada: por consiguiente, no la busca: no es hombre de preguntas, sino de afirmaciones: no razona, sino intuye. La esfera de esta intuición es su propia intimidad. Esto supone una identificación entre el ser del poeta y el ser del mundo, y de ahí que en todo poeta haya un fondo monista, panteísta y místico. El pensamiento de Martí, lo que en él hay de pensamiento, es, como veremos, lo bastante preciso e insistente para acusar ese núcleo de tendencias mentales. Pero antes quiero considerar brevemente al poeta que escribió prosa y que hizo versos y discursos.

Decía que el amor presidió íntimamente esa obra. El amor es la emoción poética por excelencia, por lo mismo que tiende a unificar toda la experiencia, a vincular intimidades. La actitud espiritual de Martí es, en ese sentido y en otros menores, esencialmente amorosa. No quisiera dar la impresión de que estoy forzando pedantemente una tesis si digo que, en general, los escritores se clasifican primariamente según tiendan a la concentración o a la efusión. Hay escritores centrípetos y escritores centrífugos; ecónomos y generosos.

El escritor del primer tino escribe para su propio deleite, sin importársele mucho la servicialidad de lo que escribe; tiende al regodea intelectual y contemplativo: al celo de su originalidad, al rigor crítico frente a la obra ajena. Necesita autorizarse de mucho discurrir: es frío, ceñido, vigilado. En cambio, el escritor generoso escribe por una necesidad de simpatía y de servicio, apela a la comunidad de ideas y de sentimientos; es intuitivo, ardiente, caudaloso y benigno. Entre esos tinos extremos, más o menos cerca de uno de otro, se sitúa toda la fauna.

Pues bien: Martí es el tipo mismo del escritor generoso. El amor se le traduce en una intensa irradiación de simpatía que alcanza, no sólo el fondo de su obra, sino hasta el estilo. Todo el universo resuena en él, le solicita con sus novedades, le hace admirar o padecer. En lo moral, que es también para él lo cultural y lo histórico, le anima un ardiente espíritu redentor. Sufre por el atraso, por los obstáculos, por la apatía del mundo. Quisiera educarlo y alentarlo incesantemente. Su humildad está cuajada de admoniciones. Exalta sin tasa la virtud. La benignidad es su norma: no sabe de más crítica que el silencio. Una curiosidad inagotable, que es también un modo de querer todas las cosas, le da un vasto radio a su interés, permitiéndole describir a maravilla hasta lo nimio del humano o natural espectáculo. Su género es la literatura de animar y servir: por consiguiente, el ensayo edificante, la semblanza plutárquica, la carta que agita y gana, la crónica que echa la imaginación a visitar mundos, el gran periodismo generoso, destinado a agotarse en la dádiva inmediata a todos, y no a vivir para pocos en lo tasado del libro.

La técnica misma del escribir, en Martí, es sabia en los recursos del amor. Hombre de pasión, piensa por intuiciones. La intuición -ha dicho finísimamente Madariaga- es "la pasión de la inteligencia-; y como su naturaleza consiste precisamente en una "arribada instantánea al momento vital de la certidumbre", el pensamiento intuitivo excluye los procesos pausados de la lógica. De aquí que Martí raras veces razona, si no es para señalar cómo las cosas nacen unas de otras y se enlazan en una fraternidad universal. Como observa él mismo de Emerson, con quien tiene tan profunda afinidad, "escribía como veedor, y no como meditador". El estilo, sanguíneo y palpitante, casa lo viejo con lo nuevo: la dignidad conceptuosa nutrida en el "tuétano de buey de los clásicos", que dijo Gabriela Mistral, con el centelleo cromado del modernismo que asoma por el horizonte. Derrocha la imagen, porque la imagen es el símbolo de que se vale el poeta para mostrar el secreto parentesco de todo; pero al mismo tiempo, ciñe la realidad jugosa con el adjetivo- exacto y virginal, y como quiere meter tanto del mundo en su palabra, le resulta a su estilo esa prisa elíptica y esa preñez que él mismo le ponderó a Cecilio Acosta y que no es oscuridad, sino como una especie de angustia poética.

Donde más se la echa de ver es en sus cartas. "Es mal mío -le confesaba en una de ellas a Mitre- no poder concebir nada en retazos, y querer cargar de esencia los pequeños moldes, y hacer los artículos de diario como si fueran libros, por lo cual no escribo con sosiego, ni con mi verdadero modo de escribir, sino cuando siento que escribo para gentes que han de amarme—... Las cartas, por consiguiente, nos lo dan como 'más verdadero: aquellas cartas de ávida ternura, de conciencia en vilo o de lacerada vigilancia, donde cada palabra, cada frase, va cargada de pasión y hasta de acción, donde una prisa dramática pide que se le adivinen mundos de tiempo y de sentido. Unamuno escribió que las palabras en esas cartas de Martí parecen creaciones, actos. ¿No lo era, en rigor, toda su literatura? ¿No era una gran impaciencia de la palabra? Lo importante siempre para él fue la acción: "el acto -dijo- es la dignidad de la grandeza". Toda su obra escrita -cuando no fue pasión sofocada- fue agonía verbal.

Al orador, según dicen algunas personas sinceras que le escucharon no le entendía fácilmente. No podía ser. El caudal desbordaba las represas de la atención. Varona mismo dejó escrito que, oyendo una vez a Martí, "cautivado por la melodía, poca atención había podido prestar a la trama lógica de las ideas". Aquella oratoria -que sólo se aclara en la página impresa- arrebataba, en efecto, a las gentes en la armonía del gesto, del lujo verbal, de la fuga lírica y la alusión fulgurante. No era, en suma, oratoria clásica y suasoria, sino la buena poesía oral de la resaca romántica y también ella se producía como una especie de acción, encaminada a suscitar una emoción épica de presencia: una emoción no de recuerdo, sino de esperanza.

La otra poesía, la lírica pura, la no destinada a la comunicación, es la de sus versos. "Versos de cabeza hecha a dormir en almohada de piedra como dijo él mismo: poesía de suspiro y desvelo. Por más que, en algún momento de política literaria, celebrara la pseudopoesía de edificación y mensaje que solía perpetrar su época, él se sabía muy bien -como acaso no lo supo antes que el nadie de su siglo y de su lengua, si no Bécquer- que no hay poesía verdadera sin intimidad y misterio. Dijo hondamente: "Tal vez la poesía no es más que la distancia". Separarse, en efecto, de la presencia concreta de las cosas y contemplar sus imágenes en el agua profunda del espíritu. En la medida en que así lo hizo, él que no tuvo mucho tiempo para ensimismarse, captó la gracia poética verdadera. Sus "endecasílabos hirsutos' tenían aún demasiado ardor comunicativo. Sin poesía genuina es la de los "versos sencillos", donde se cumple tan bien aquel saber suyo: "no se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble o graciosa". Esta emoción era casi siempre de amor. Apenas tocó Martí el amor como tema; pero fue esencialmente un poeta amoroso.

4

Hay en el, finalmente, una acción amorosa de las ideas.

El origen de lo que -con las reservas que ya dije- podernos llamar su pensamiento es, principalmente, el mismo: su propia hechura temperamental. Todo su ideario es revelación de alma, despliegue de intuiciones. Influencia de época, sin embargo, reforzaron por una parte ese subjetivismo; por la otra lo sometieron a contrarias solicitaciones. En lo romántico se confirmó su vocación íntima; pero la corriente naturalista que venía del fondo del siglo y que tuvo en el positivismo su estuario, fecundó también aquella mente unidora y totalizadora de Martí. Ambos aportes intentaron resolverse en una síntesis, más poética que filosófica, de espiritualismo y naturalismo. Era esta, subrayo, una necesidad radical del espíritu martiano. La condición amorosa de su temperamento se traducía en una avidez de solidaridad universal. "El amor -escribió Hegel- es la sensación del Todo-; y un epígono moderno del romanticismo, von Hartmann, añade que el amor "es, desde el punto de vista teórico y universal, la intuición de la identidad esencial de los individuos". Esta identidad esencial es precisamente la idea más insistente en Martí. "La vida es universal -escribió-, y todo lo que existe mero grado y forma de ella, y cada ser vivo su agente, que luego de adelantar la vida general y la suya propia en su camino por la tierra, a la Naturaleza inmensa vuelve, y se pierde y esparce en su grandeza y hermosura". De todo esto se deduce una conclusión espiritualista. Como en la naturaleza "no puede haber contradicción" y como en el hombre, que es parte de ella, no se puede negar lo espiritual soberano, esa marcha del mundo tiende a la realización plena del espíritu en el universo. La realidad tiene, así, un sentido y un destino moral.

Estas ideas no eran nada nuevas, por supuesto. La gran tradición neoplatónica, que reverbera en la mística española, les tenía abonado de atrás el terreno en la península. En su formulación moderna eran del patrimonio romántico y, como es sabido, habían hallado en la filosofía idealista del romanticismo alemán su formulación sistemática. Ese idealismo impregnaba el ambiente español en los años de formación intelectual de Martí. No es dudoso que, como los españoles del 70, recibiera Martí su influencia por la vía del krausismo, que a la sazón hacía furor en España. Krause es el filósofo del armonismo masónico. Más tarde, en los Estados Unidos, las mismas ideas afluyeron al caudal de Martí en la doctrina de Emerson y los demás trascendentalistas de la Nueva Inglaterra. Con un poco menos de misticismo, medio Martí está ya en el poético meditador de Concord. El magnífico ensayo que sobre el escribe es un testimonio de afinidad profunda. Finalmente, hay que señalar que ese panteísmo espiritualista no deja de estar matizado en Martí por ciertos reflejos del misticismo oriental, recibidos probablemente durante sus años de México.

A esos caudales místico-románticos se mezcla, como decía, el aluvión naturalista que trae del siglo XVIII su exaltación de la razón humana y de la naturaleza, y que, nutrido por evolucionismo de Darwin a mediados del XIX, asume su disciplina escéptica y cientificista en el positivismo de las últimas décadas. Martí, que había nacido en "la cuna liberal del siglo", recibe en los Estados Unidos las oleadas del mar spenceriano. De todo este repertorio de influencias se equipa aquel culto reverencial de la naturaleza, y por tanto, de lo primario y espontáneo; su concepción evolucionista del mundo y de la historia; sus actitudes antidogmáticas y de practicismo intelectual; en una palabra: su positivismo.

Lo genial es como Martí absorbe y funde en coherencia poética esos elementos desacordes. Todas las ideas que recibe han sido repensadas y fraguadas en su propio molde. De esa amalgama entre "el conocimiento racional y amoroso de la naturaleza" y el de "la perdurabilidad y trascendencia de la vida", deriva sus mensajes más personales y positivos: su pensamiento ético, histórico, político.

Se ha hablado mucho, en cuanto al primero, de la filiación estoica de Martí. No estoy seguro de que no se haya exagerado un poco. Martí es afín, desde luego, por temperamento y por cultura a la tradición senequista española. Pero, sobre que ésta, como tradición intelectual, me parece haber sido en exceso abultada, no hay duda de que en Martí se da en forma muy poco castiza. Su austero sentido del deber, su aceptación del dolor y su aprecio de la dignidad humana son actitudes estoicas; pero enriquecidas, humedecidas, si se me permite la palabra, por otras más delicadas esencias. Lo que sobre todo aparta la ética de Martí de la ética estoica es el lugar predominante que en ella tiene el amor. Nada más distante de la apasionada idea moral martiana que aquel desideratum de apatía, de serenidad a todo trance, de repugnancia a todos los afectos, incluso la compasión, que caracteriza la moral de los estoicos, principalmente de los romanos. Es también cierto de Martí (quien no creía que, por española, se debiera malquerer a Santa Teresa) lo que dice Rousselot del estoicismo de los místicos españoles. Cristo ha pasado por aquel desierto de entusiasmos que tenía su fórmula en el sustine et abstine clásico. Martí sufre y soporta; pero no se abstiene: 'ama. Y así nos ha dejado una ética del deber que llega hasta la fruición del dolor, "sal de la gloria", y una didáctica del desinterés como "ley general de la naturaleza humana".

Su concepción de la dignidad, capital para su pensamiento político, representa una fusión de la idea estoica de la dignidad del hombre como partícipe en la razón universal, y la idea naturalista y revolucionaria del hombre como sujeto de derechos naturales y principalmente del derecho al respeto de los demás hombres.

Su pensamiento histórico-cultural es asimismo una proyección armónica de la síntesis central de su filosofía. Evolucionismo y espiritualismo se dan la mano. Todo acontecer es episodio de la vasta evolución en que el Espíritu se va volviendo a encontrar a sí mismo en la naturaleza. En definitiva, pues, las fuerzas morales gobiernan al mundo, y la calidad de cada civilización se mide por el grado de esa presencia espiritual en ella, por el estilo de hombre y de mujer que produce. La tarea esencial es, por tanto, mejorar este estilo humano: educar al hombre para el ejercicio de la plena dignidad espiritual.

5

No menos que el ideario pedagógico, nace de esos postulados el ideario político. Tiene en ese sentido el pensamiento de Martí dos direcciones fundamentales: una dirección ética y práctica, cuyo eje fue el amor, y otra doctrinal y política, cuyo fin es la libertad. Pero estas dos direcciones en rigor coinciden en una sola. Vale decir que para Martí lo ético es de la esencia de lo político y viceversa. Como el hombre, los pueblos han de ser dignos, han de ser responsables. No pueden serlo, si no tiene la libertad para crear y para regir sus propios destinos. La pura libertad formal, sin embargo, no basta: "¡Qué infeliz Jamaica -exclama Martí-, y que caída, con sus libertades inútiles, sin el dominio ni el concepto de sí propia!" El coeficiente de la libertad es, pues, ese concepto de sí, la dignidad; y la condición de la dignidad histórica es la independencia.

Por eso Martí dedicó su vida entera a la independencia de la porción de humanidad en que le tocó nacer. Ese fondo espiritualista explica lo que de visionario y ardiente hay en la prédica martiana por la independencia. Acaso sea un alivio decir que Martí no fue propiamente un político, sino un revolucionario: es decir, un poeta de la acción histórica. Político en el sentido grande, o sea, hombre de razón y de cálculo, prosador de la empresa pública, fue, por ejemplo, Montoro. Martí, poeta "en versos y obras", como él mismo le escribía a Varona, se inclina a esa suerte de metáfora o salto histórico que es toda revolución, y se inspira en una imagen hiperbólica de la patria. Acaso no hubiera pedido servir para el menester de continuidad y detalle que vino después. Pero sólo un poeta como él pudo haber creado la patria: sólo un poeta pudo habernos dado su imagen ideal con suficiente dramatismo y hermosura para inducir a morir en la tarea de ganarla. Dije antes que Martí casi había inventado su propia empresa; el "casi" era un tributo a la veteranía separatista del siglo. Pero ya Lanuza, valientemente, dejó escrito que "el pueblo cubano, en aquel tiempo,... no quedaría, en su mayoría al menos, la revolución". A pura voluntad histórica hizo Martí quererla: a pura visión poética logro que creyeran en ella. Pocos casos más ciertos se han dado en la historia de esa fuerza de creación que Unamuno lo reconocía a la fe.

No es acaso excesivo afirmar que fue esta también una manifestación de su capacidad de amor. El amor es ciego en cuanto que no pone condiciones para entregarse; pero suele ser a la vez sumamente perspicaz para descubrir las posibilidades de exaltación de la cosa amada. Acaso la previsión política misma, más que una decantación de experiencia, sea, en ciertos visionarios ardientes del linaje de Martí, como una forma misteriosa de conocimiento por amor. Esa simpatía profunda sería la que le permitió a Martí percibir el latido del subsuelo cubano, que era el alma contenida de su pueblo, cuando los demás solo le veían la impávida superficie. Ella explicaría también su optimismo patrio: su estimación generosa de nuestro carácter y su confianza en la capacidad política de la república futura.

Todo lo cual no obsta para que Martí -hombre de ala y de raiz- fuese además en lo político un percibidor muy fino de todas las realidades. Concibió la independencia en función continental. En una época en que todavía los países hispánicos andaban como distraídos del amago potente de fuera, el vio con justeza lo que luego otros han sobrevisto con histeria: la urgencia de cerrar el ciclo bolivarino, para que no pudiera dejar brecha a ninguna expansión imperial. Maestro de conspiradores, supo aprovechar sagazmente la necesidad de importar la acción revolucionaria y capitalizo nostalgias, concertó autoridades y recursos, construyo, en fin con sigilo y eficacia insuperables, un mecanismo invasor de hombres, de armas y de ideas. Predico la revolución hasta el último instante sobre un tema de amor, para que no se quebrantase aquella solidaridad de lo heterogéneo en que había que fundar la patria "con todos y para todos". Muy de atrás se cuido de que la patria futura tuviese sana raíz democrática, y riño con Gómez por ello. Más tarde escribía: "Si no se hace la guerra según el plan de las emigraciones (es decir, según su plan), los del' 68 se la llevan, y tenemos lo de las primeras repúblicas americanas'. No, no era una orgía de caudillos, ni una oligarquía letrada más lo que el quería para Cuba. Quería -ustedes recuerdan la famosa sentencia- la república "una sagaz y cordial" que "tuviese por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de los demás; la pasión en fin, por el decoro del hombre". La democracia no se ha definido nunca con más hondura.

Y no es que Martí se hiciese demasiadas ilusiones. La norma evolucionista de su pensamiento le inducía a percatarse de que todas las cosas, cuanto más las realizaciones humanas, tienen su curso y sazón. Sabía que a Cuba le aguardaba su inevitable proceso de integración interna y que, en tanto, tenía que sudar su calentura. Pero confiaba en una buena voluntad rectora del cubano futuro. "A ver si me falla -escribió en los días fundadores.- Esa sí que sería puñalada mortal".

Felizmente, no tuvo ocasión de recibirla. Cuando escribió en la manigua, dos o tres días antes de su muerte: "Para mí ya es hora", acaso tuvo su última adivinación. Acaso sentía ya agotados los días de grandeza, loa días de creación y desinterés, que habían sido su destino. Su agonía había terminado. Sin quererlo, se dejó matar, por una vocación recóndita de su alma, más poderosa que todo raciocinio.

"Sé desaparecer. Pero no desaparecerá mi pensamiento".

Su pensamiento no ha desaparecido. Le ha faltado vigencia oficial, eso sí, porque todavía no se ha logrado en Cuba poner la autoridad al servicio de la nación. Pero su pensamiento está ahí, esperando su hora de plenitud. Terminemos como sólo se ha de terminar siempre: con unas palabras suyas. Estas parecen escritas para hoy:

"El cubano ahora ha de llevar la gloria por la rienda; ha de ajustar a la realidad conocida el entusiasmo; ha de reducir el sueño divino a lo posible; ha de preparar lo venidero con todo el bien y el mal de lo presente; ha de evitar la recaída en los errores que lo privaron de la libertad; ha de poner la naturaleza sobre el libro. Ferviente ha de ser como un apóstol, y como un indio sagaz... Alma trágica es lo que los cubanos han de tener por el tiempo que corre".




José Martí
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TOMADO DE:http://www.damisela.com/literatura/pais/cuba/autores/marti/criticas/perfil.htm

jueves, 28 de marzo de 2013


     
LA MEJORANA, UNA ENOJOSA REUNION
Por: Maria Teresa Villaverde Trujillo
ashiningworld@cox.net

«No habrá dolor, humillación, mortificación, contrariedad, crueldad,
que yo no acepte en servicio de mi Patria»
(José Martí)

 
"Junta de la Mejorana”
Obra del cubano Juan Emilio Hernández Giro.
 Importante entrevista la cual tuvo lugar el 5 de mayo de 1895 en el Ingenio “La Mejorana”, cerca del poblado Dos Caminos, localizado en las márgenes de los no-caudalosos ríos Guaninicún y el Ullao, -uno de los tres asentamientos del municipio San Luis-, en la zona oriental de Cuba.

Allí se reunieron José Martí, Máximo Gómez y Antonio Maceo aunque de esa entrevista no hay evidencia histórica exacta pero sí que se trataron distintos temas entre ellos el relacionado a los cargos que desempeñaría cada uno de las tres principales figuras de la guerra justa y necesaria: Máximo Gómez –general en jefe-; Antonio Maceo –lugarteniente general- y José Martí –Delegado del Partido Revolucionario Cubano- insistiéndose además en que el Apóstol debía retornar a New York a contribuir a la guerra desde el exterior; a lo que el Delegado fuertemente se oponía, no al menos hasta después de la Asamblea de los representantes del pueblo en guerra, en la provincia de Camagüey.

Se mantuvo conversación sobre la futura organización del gobierno de la Republica en Armas y se sabe que durante la entrevista hubo diversos criterios entre Martí y Maceo ya que mientras el Delegado propugnaba la formación de un gobierno civil, Maceo era partidario de una junta militar, de generales con mando total y absoluto.

En el Diario del Apóstol aparece anotadas, -ese mismo día- de punto y letra del patriota, algunos detalles de aquel encuentro.  Vestía Martí en la manigua como lo detalla Rafael Esténger en su libro “Vida de Martí”, con pantalón y chamarreta azul, sombrero negro y alpargatas, y de las bocamangas azules, con el anillo de hierro, emergían pálidas y suaves las manos de artista...

Encontramos anotadas por el Delegado:


“ ...De pronto, unos jinetes. Maceo, con un caballo dorado, en traje de holanda gris: ya tiene plata la silla, airosa y con estrellas.”

“..Salio a buscarnos, porque tiene a su gente de marcha al ingenio cercano; a Mejorana  va Maspon a que adelanten almuerzo para cien. El ingenio nos ve como de fiesta: a criados y trabajadores se les ve el gozo y la admiración-, el amo, anciano colorado y de patillas, de jipijapa y pie pequeño, trae Vermouth, tabaco, ron, malvasía/ ...Va y viene el gentío...”

“...Maceo y Gómez hablan bajo, cerca de mi: me llaman a poco, allí en el portal, que Maceo tiene otro pensamiento de gobierno: una junta de los generales con mando, por sus representantes, y una Secretaria General: -la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército, como Secretaría del ejército.



(Desconozco el nombre del autor de esta imagen)
 “Nos vamos a un cuarto a hablar. No puedo desenredarle a Maceo la conversación: “¿pero usted se queda conmigo o se va con Gómez?”. Y me habla, cortándome las palabras, como si fuese yo la continuación del gobierno leguleyo y su representante.  Lo veo herido...”

Y Maceo declara abiertamente su poca simpatía por el Delegado; quizás desde aquel lejano tiempo cuando el Apóstol rehusó unirse a ellos en el intento de un nuevo levantamiento con cariz militar. Además, Maceo estaba disgustado por la decisión de Marti de encargar a Flor Crombet los preparativos de la embarcación que traería a los Maceo y al mismo Flor, desde Centro América a Cuba.  Maceo pedía una fuerte suma de dinero que los fondos de la revolución no podía ofrecerle, y a Flor le era factible hacerlo con una menor cantidad monetaria.  Así le expresó Antonio Maceo al Apóstol y este anotó en su Diario:

“...lo quiero menos de lo que lo quería - por su reducción a Flor en el encargo de la expedición, y gastos de sus dineros...”

Y Maceo reitera nuevamente:
“dentro de 15 días estarán con usted- y serán gentes que no me las pueda enredar allá el Doctor Martí”.

Mas tarde, el Delegado vuelve anotar en su Diario:
“...En la mesa, opulenta y premiosa, de gallina y lechón, vuélvese el asunto: me hiere y me repugna: comprendo que he de sacudir el cargo, con que se me intenta marcar, de defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar. Mantengo, rudo: el ejercito, libre, -y el país, como país y con toda su dignidad representado. Muestro mi descontento de semejante indiscreta y forzada conversación, a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir.  Que va a caer la noche sobre Cuba, y ha de andar seis horas.  Allí cerca, están sus fuerzas: pero no nos lleva a verlas: las fuerzas reunidas de Oriente, Rabí, de Jiguaní, Busto de Cuba, las de José, que trajimos.  A caballo, adiós rápido...”

“...y así, como echados, y con ideas tristes, dormimos.”


Tanto Gómez como Martí tuvieron que pernoctar en un rancho abandonado, en la zona fangosa de Banabacoa; y tal como lo hizo el Apóstol, confirmado quedó en el Diario de Campaña del Generalísimo:
"Después y como a eso de las cuatro de la tarde nos condujo a las afueras del campamento, en donde pernoctamos solos y desamparados, apenas escoltados por 20 hombres bisoños y mal armados.”

Posiblemente, así echado y triste pensaría Martí en los controversiales encuentros con Gómez y Maceo
–ambos militares- cuando en 1884 él se negó formar parte en una revolución militar para libertar a Cuba, y Martí fue humillado y mal entendido en su forma de pensar en cuanto a un nuevo gobierno en la Republica de Armas y en la futura Republica de Cuba, libre y soberana, porque pensaba el Apóstol que:  “En la hora de la victoria, sólo fructifican las semillas que se siembran en la hora de la guerra....”


Posiblemente, así echado y triste pensaría Martí en aquella vez -en 1885-, cuando recibió invitación de los cubanos de Filadelfia para que hablara en el acto patriótico del 10 de Octubre. En la carta declinando la invitación, muestra de nuevo su recto proceder y sus sólidas convicciones políticas:

“...Tan ultrajados hemos vivido los cubanos, que en mí es locura el deseo, y roca la determinación, de ver guiadas las cosas de mi tierra de manera que se respete como a persona sagrada la persona de cada cubano, y se reconozca que en las cosas del país no hay más voluntad que la que exprese el país, ni ha de pensarse en más interés que en el suyo...”


Las anotaciones de José Martí en su Diario, correspondientes al día 6 de mayo, -siguiente día de la reunión en La Mejorana-, desaparecieron tras la muerte de José Martí en la batalla de Dos Ríos. Se supone que Máximo Gómez las arrancó del Diario del Delegado, porque fue el Generalísimo la persona que tuvo en su poder ese documento martiano.  

Ahí, por supuesto, estaba narrada la conversación y las discusiones mantenidas entre Gómez, Martí y Maceo.
Para el Apóstol –en los momentos después de la entrevista en La Mejorana- solo valía continuar la marcha
hasta poder hacer efectiva la próxima reunión en Camaguey.   Porque como dice el historiador cubano
Pedro Roig en su libro “La Guerra de Martí” refiriéndose al carácter del Delegado:


“No había heridas que no sanaran, ni desaires que no superara, ni impertinencias que no perdonara. Una vez mas, Martí demostraba su enorme caudal de humana comprensión y patriotismo.”
 TOMADO DE:
 http://www.lanuevanacion.com/articles.aspx?art=1045

sábado, 26 de enero de 2013

160mo. aniversario de su nacimiento

El legado de José Martí

 TEXTO EXTRAÍDO DE EL NUEVO HERALD

http://www.elnuevoherald.com/2013/01/26/v-fullstory/1393334/el-legado-de-jose-marti.html
No existe una figura que gravite más en la Historia de Cuba que José Martí. La República le levantó un altar, ante el cual le rindieron culto políticos, intelectuales y artistas. El castrismo lo designó autor intelectual del asalto al cuartel Moncada, lo colocó junto a Marx, Engels y Lenin, y espulgó su obra en busca de aval, muleta y ornamento….
Grande también ha sido el impacto de su nombre e imagen en el ámbito de las historias de vida y la cultura popular: la verbena martiana, la canastilla martiana, la cena martiana, el busto ubicuo, el rincón martiano, el teatro Martí, la calle y parque Martí de tantos pueblos de la isla, las frases sentenciosas (al estilo de “Ser cultos para ser libres”), los versos sencillos, La niña de Guatemala, Los zapaticos de rosa, los cantos escolares (“La calle de Paula quiere florecer…”), los desfiles del 28 de enero, el billete de un peso, Santo de América, el Apóstol, el Maestro, las portadas de Bohemia y Carteles, la Fragua Martiana, La Rosa Blanca del Indio Fernández, la Plaza Cívica, “Como lo soñó Martí” en la voz de Orlando Vallejo, la Plaza de la Revolución, el serial “En silencio ha tenido que ser”, los poemas de Martí cantados por Amaury Pérez, Páginas del Diario de José Martí, de José Massip, el humor popular de “Viví en el monstruo y cómo se le extraña”, las Obras Completas en 26 volúmenes del Centro de Estudios Martianos, las jornadas martianas, El ojo del canario, de Fernando Pérez, Radio Martí… No, Martí no debió de morir.
Una obra literaria impresionante (novela, ensayo, poesía, oratoria, periodismo…) a sus 42 años, el Partido Revolucionario Cubano, la guerra de independencia de 1895 y una muerte heroica de cara al sol. Sin embargo, a 160 años de su nacimiento —28 de enero de 1853—, cabe preguntarse: ¿tiene vigencia su ideario, su ejemplo? ¿Nos sirve aún José Martí como inspiración? ¿Cuál sería su lugar en una Cuba democrática? ¿Cuál es, en fin, el legado de José Martí?
Cinco intelectuales cubanos responden a estas preguntas.
JOSE MARTÍ: ADELANTADO A SU TIEMPO
José Martí fue un hombre superior y multifacético. Profesores, periodistas, prosistas, poetas, críticos literarios, traductores y políticos por igual reclaman para sus respectivos campos su mayor grandeza.
Su legado más significativo, a mi juicio, es como poeta, si consideramos no solamente los versos que escribió —contribución clave al modernismo— sino su actitud vital, su capacidad de imaginar el futuro. Recordemos que en la antigüedad se denominaba a los poetas, vates, es decir, adivinadores.
Martí previó la necesidad de sus compatriotas de nutrirse de un mito fundacional. Cada acto de su vida y su propia muerte apuntan a la creación consciente de ese mito. Durante el último medio siglo los cubanos hemos vivido dolorosamente divididos, pero pese a lecturas contradictorias y a menudos falsificadores, todos coincidimos en honrar al Apóstol.
Martí supo asimismo presagiar la integridad latinoamericano, aún en formación en el siglo XXI. Su periodismo es el mejor testimonio de su creencia en un diálogo Norte-Sur. El universalismo de sus temas y su talente cosmopolita se adelantan a la globalización de la que hoy somos testigos.
Fue un precursor de la trascendencia de los derechos humanos, que no fueron reconocidos mundialmente hasta 1948, más de medio siglo después de su muerte. En especial, se anticipó a la necesidad de respetar a las minorías étnicas, como expresa en esta frase de su ensayo “Mi raza” de 1893: “El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos”.
Uva de Aragón
EL LEGADO DE JOSE MARTI
Hace 118 años que José Martí murió en Cuba. Sólo tenía 42 cuando cayó abatido en combate. ¿Cuál fue su legado? Como escritor, una valiosísima obra compuesta con tres millones de palabras, en la que se destaca, en primer lugar, el cronista. Martí es un extraordinario narrador de lo cotidiano. Sus Escenas norteamericanas son un lujo del lenguaje. Una maravilla. En segundo lugar, es un buen poeta. Un buen poeta popular cuando rima en composiciones cortas, como en sus Versos sencillos, y un buen poeta cuando explora otras formas más cultas y elitistas. En aquella vieja polémica sobre si era o no modernista, pienso, como creía Juan Marinello, que esa estética le era ajena. Pero da igual: lo importante es que era un buen poeta. En tercer lugar, rescataría sus cartas. Si existe el género epistolar, Martí es el gran maestro.
Vayamos a la política. ¿Qué nos dejó? Un esfuerzo bélico, iniciado por él, que, a trancas y barrancas, acabó por parir la independencia. ¿Qué tenía en mente? Pues más o menos lo que sucedió en 1902: el surgimiento de una república constitucionalista en la que, al menos teóricamente, se respetaban los derechos individuales, tal y como consignaron los redactores de la Constitución de 1901. Martí no pretendía nada distinto. No era un marxista como Carlos Baliño. No era un positivista como Justo Sierra. Era un demócrata jeffersoniano. Un liberal de su época. Por eso no perdió un minuto de su vida y de su obra describiendo una visión ideológica radical y distinta. Es triste que la clase política lo echara todo a perder.
Carlos Alberto Montaner
EL OFICIO DEL DEBER
Es improbable que fuera del prócer cubano José Martí, haya habido alguien que asentara tan tempranamente en sus escritos un caudal temático de amor, patriotismo, ética, cultura, humanismo, conjugado con la obra pragmática de liberar a su Patria. Sin embargo, sorprende la ausencia de datos íntimos de una niñez que lo señala como único y primogénito varón seguido de siete hermanas, instancia que marcó una fuerte inclinación a la responsabilidad.
Fue deberle a todo y a todos algo desde pequeño: a su madre Leonor el apoyo en la brega diaria con las niñas —“vivo montado en un relámpago”—, el compartir la angustia familiar ante el dolor o la enfermedad —“soy la perenne angustia de mi mismo”—, y el soportar en nombre del deber, la inclemente disciplina impuesta por un padre de profesión militar cuyo rigor lo condujo a procurar auxilio emocional en su mentor Rafael Mendive, sin menoscabo del amor filial.
Pero esa condición fue su tortura y regocijo, encontró en sí mismo la constante capacidad de amar al prójimo y al extraño. Y desde esa altura entendió la posición que la naturaleza humana puede adoptar. Por eso amó al español por encima de la férula colonial, a Maceo, patriota más allá del militar, a Carmen Zayas Bazán soslayando su rencor femenino, a sus discrepantes compatriotas Enrique Collazo y Flor Crombet. En ósmosis con su conciencia pautó los senderos hacia una Cuba Libre y fusionando la Patria y el deber como bandera, le ofreció su vida llevando la estrella en la frente y la disposición de pulverizar el yugo.
Rosa Leonor Whitmarsh
JOSÉ MARTÍ Y “NUESTRA AMERICA”
Quizás sea éste el momento de reconocer que aquella “nuestra América” postulada por José Martí en 1891, y reformulada por otros pensadores hispanoamericanos, no ha existido nunca, ni como entidad ni como concepto, y que la frase sólo alude a un ideal que impulsó a hombres y a mujeres excepcionales, nacidos y muertos en una época que ya brilla ante nuestros ojos con la magia de la literatura y de la historia. Pero, tal vez, la voz de Martí aún tenga algo —o hasta mucho— que decirnos, sobre todo si reconocemos en ella una sensatez práctica que parece ajena al fuego romántico de su discurso, pero que lo equilibra y le da gravidez en su permanente llamado a la independencia y a la integración: “Lo que el americanismo sano pide es que cada pueblo de América se desenvuelva con el albedrío y propio ejercicio necesarios a la salud (…), sin dañarle la libertad a ningún otro pueblo”.
Este “americanismo sano” sería un valladar contra el optimismo idealizado e idealizante de unos, contra el pesimismo autocrítico de otros, y contra el pragmatismo simplificador de los demás. Pero, sobre todo, contra esa doble corriente de recriminaciones y desconfianza que se ha establecido entre las que él llamó, respectivamente, “nuestra América” y “la América que no es nuestra”, las dos mitades de un continente en crisis que, hoy más que nunca —parafraseando a Martí—, han de salvarse o destruirse mutuamente.
Emilio de Armas
MARTÍ: PARADIGMA Y EXCEPCIÓN
Para Cuba, José Martí es tanto el paradigma como la excepción: el líder político que lanza la lucha independentista bajo una plataforma de participación popular, con plena integración de los negros y mulatos; el patriota que logra organizar la insurrección en el exilio y que crea las bases de un cabildeo eficaz en Washington; el escritor que abandona la labor literaria por la lucha armada, para en esos momentos realizar el Diario de Campaña, que es su mejor libro; el guía que concibe la lucha con astucia y sagacidad, y luego se lanza al combate y muere con inocencia torpe; el intelectual que hace estallar el molde de la espera y la lucubración teórica, y emprende una febril labor conspirativa; el héroe que desde su muerte nos entregan todos los días, en forma de molde estrecho, y que en realidad es una figura escurridiza como pocas. El luchador como mito; la nación arquetípica que no se realiza.
De su ideario nos quedan los pensamientos en los que lo luminoso de la palabra deslumbra y dificulta el análisis, también los lugares comunes que nos parecen únicos por lo ejemplar de la escritura. La nación ideal martiana no es más que la mistificación de varios de sus pensamientos, muchos valiosos, otros simplemente bonitos, que constituyen una obra abierta y víctima de tergiversaciones.
Parte de la genialidad de Martí fue agrupar en una sola persona al pensador y al hombre de acción. Su grandeza es a la vez su tragedia.
Alejandro Armengol
Uva de Aragón es escritora y subdirectora del Cuban Research Institute de Florida International University; Carlos Alberto Montaner es escritor y periodista; Rosa Leonor Whitmarsh es periodista y profesora del Miami Dade College; Emilio de Armas es escritor y traductor; Alejandro Armengol es escritor, director editorial de Cubaencuentro y columnista de El Nuevo Herald.
Agradecemos la colaboración de la Biblioteca Hispánica de la Pequeña Habana.

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