martes, 12 de mayo de 2015

Opiniones / Orlando González Esteva

¿Quién mató a José Martí?

El autor identifica a la responsable y la exime de culpa...
La tumba de José Martí en el Cementerio de Santa Ifigenia, en la ciudad de Santiago de Cuba.
La tumba de José Martí en el Cementerio de Santa Ifigenia, en la ciudad de Santiago de Cuba.
La empatía de José Martí abarcaba las criaturas más diversas, no importa a qué reino pertenecieran, el animal, el vegetal e incluso el inanimado, y es asunto de una delicadeza tal que suele pasar inadvertido a sus admiradores y exégetas, amigos de lo solemne y sesudo, y más aficionados a la historia, los estudios literarios, los avatares de orden familiar y erótico, la hagiografía y, ahora, la iconoclasia, que a la necesidad de conocerlo allí donde el individuo no tiene que rendir cuentas a nadie y muestra u oculta su persona menos comprometida.

Hay un Martí soslayado que de haber nacido en un país más sensible a ciertas conquistas del espíritu hubiera gozado de una estimación cuyo origen no sólo estaría en su condición de héroe, mártir o apóstol, en las que, de tanto machacar, se ha llegado a producir hartazgo, sino en otra condición más sencilla y quién sabe si útil: su condición de maestro; maestro en el sentido más noble de la palabra, donde la sabiduría, más que provenir de un cúmulo hipertrofiado de información que se luce, llega a parecer innata, destilación sencilla de todo lo que al ser humano, en su manifestación más alta, le es dado ofrendar.

La muerte de José Martí en el campo de batalla sugiere una disposición a matar.  Le rodeaba gente que, llegada la hora, no había tenido ni tendría escrúpulos en hacerlo.  Él mismo, al dirigirse al encuentro con el enemigo, portaba revólver. La ferocidad de los sentimientos que le inspiraban los abusos perpetrados por las autoridades españolas destacadas en Cuba no está en tela de juicio. Pero ¿hubiera podido Martí matar a alguien? Y de hacerlo, ¿hubiera podido vivir con la conciencia tranquila? ¿Qué hubiera sentido este hombre, capaz de identificarse con la agonía de una flor al instante de ser arrancada del suelo y mascada por un caballo, ante la mirada de un moribundo o el cadáver de un hombre baleados por él?

Frans de Waal, autor de “La edad de la empatía”, libro que hubiera entusiasmado a Martí, vislumbra el inicio de una época regida por este sentimiento que comparten con el hombre otros animales, entre ellos, el chimpancé, el lobo y la orca. Si el biólogo holandés no se equivocara habría que extender la calidad de precursor de Martí a ámbitos muchos más universales que el estrictamente literario.

La preocupación de Martí por el bien común no discriminaba. Su “red social” era más amplia que cualquiera de las actuales: Y si mato una mosca, me pongo a discutir con mi conciencia si he tenido el derecho de matarla, anota en uno de sus cuadernos --es decir, allí donde otros no tenían acceso--, como intentando dilucidar esa incapacidad suya para infligir daño, aunque sólo se tratara de un insecto; incapacidad que lo priva de arrancar una planta porque a punto ya de hacerlo descubre en ella, o en lo que será de ella apenas la arranque, una compañera de infortunio: No la he de arrancar. Yo que muero de vivir sin raíces, no le quitaré las suyas. Quédese aquí para que consuele a otros, como me ha consolado a mí. La compasión por el reino vegetal y su identificación con él son tales que escucha quejarse a un árbol y advierte que esas quejas son parientas de las suyas, hijas de anhelos exactos: Me da angustia oír el crujido de las ramas sujetas a su tronco, porque así cruje a menudo mi alma sujeta a mi cuerpo.

Todo estaba vivo para Martí, y mucho, por estarlo, le inspiraba piedad. El pudor de que lo sorprendieran tan frágil en lo íntimo, tan extraño a la mayoría de quienes se movían a su alrededor, le aconsejaba hablar de sí mismo en tercera persona: Aquella alma que lo veía todo pleno de espíritu; espíritu en las paredes mudas, en las casas solitarias; que se apresuraba a consolar hasta las casas vacías, cuando creía haber dicho algo que pudiera entristecerlas… La piedad presidía, callada, sus relaciones: Las casas en fábrica me son tan familiares comos las desdichas de mi pueblo; siempre se me pintan en imágenes extrañas y nuevas las paredes a medio hacer, los fosos sombríos, las puertas boqueantes, los muros desiguales que se dibujan sobre el cielo oscuro como encías desdentadas.

No es sólo que el aire estuviera lleno de almas, como alguna vez intuyó, sino que todo se le antojaba una: Un pájaro, ¿no es un alma? Y esos sentimientos fraternos se agudizaban cuando esas almas perceptibles, corpóreas, se le revelaban en un trance: La flor ¿es alma en cierne, que sabe menos que el hombre, o es alma en pena, ya a punto de vuelo, que purga en la pelea --hermoseando, como todo lo que padece-- sus últimas culpas? Hay entre sus apuntes uno que tiene viso de autorretrato: Trata a las almas consideradamente, como un escultor el yeso.

La certeza de que todo merecía atención y finura en el trato, porque todo podía hacer alarde de ellas, no excluía a las palabras: Postrimerías. –Quiero a esta palabra de un modo extraordinario. La quiero como a una persona: me produjo un amigo.

Hay quienes sospechan que la muerte fue piadosa con José Martí, eximiéndolo de asistir al nacimiento de una república muy distinta a la que él imaginó y al espectáculo de un pueblo que rara vez ha estado a la altura de sus expectativas. La muerte bien pudo ser piadosa saliéndole al paso el 19 de mayo de 1895 y eximiéndolo, al dirigir el curso de las balas que lo alcanzaron, de la tragedia de que fuera él quien matara a alguien.

Orlando González Esteva

Nació en Palma Soriano, Cuba. Reside en Estados Unidos desde 1965. Sus poemas, que al decir del escritor Octavio Paz hacen “estallar en pleno vuelo a todas las metáforas”, aparecen publicados en Mañas de la poesía, El pájaro tras la flecha, Escrito para borrar, Fosa común, La noche y los suyos y Casa de todos. Es también autor de los siguientes ensayos de imaginación: Elogio del garabato, Cuerpos en bandeja, Mi vida con los delfines, Amigo enigma, Los ojos de Adán Animal que escribe. El arca de José Martí. González Esteva ha ofrecido lecturas de versos, charlas y talleres en Estados Unidos, España, Japón, Francia, México y Brasil, y ha desarrollado una intensa labor cultural en los medios literarios, artísticos y radiofónicos de Miami.

martes, 27 de enero de 2015






162° ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO

10 poemas de José Martí

Político, pensador, periodista, filósofo, ensayista y poeta. José Martí es una de las figuras más importantes de la historia cubana. Nació un 28 de enero de 1853 en La Habana. Creador del Partido Revolucionario Cubano, fue una de las figuras más destacadas de la Guerra de la Independencia de Cuba, en 1895, donde fue asesinado por españoles el 19 de mayo. Aquí, diez poemas que muestran su compromiso literario y político.

 
1
Cultivo una rosa blanca


Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.  
2
Yo soy un hombre sincero


Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.

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3
Dos patrias


Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche.
¿O son una las dos? No bien retira
su majestad el sol, con largos velos
y un clavel en la mano, silenciosa
Cuba cual viuda triste me aparece.
¡Yo sé cuál es ese clavel sangriento
que en la mano le tiembla! Está vacío
mi pecho, destrozado está y vacío
en donde estaba el corazón. Ya es hora
de empezar a morir. La noche es buena
para decir adiós. La luz estorba
y la palabra humana. El universo
habla mejor que el hombre.
Cual bandera que invita a batallar, la llama roja
de la vela flamea. Las ventanas
abro, ya estrecho en mí. Muda, rompiendo
las hojas del clavel, como una nube
que enturbia el cielo, Cuba, viuda, pasa...  
4
Qué importa que tu puñal


¿Qué importa que tu puñal
Se me clave en el riñón?
¡Tengo mis versos, que son
Más fuertes que tu puñal!

¿Qué importa que este dolor
Seque el mar y nuble el cielo?
El verso, dulce consuelo,
Nace al lado del dolor.  
5
Mi reyecillo


Los persas tienen
Un rey sombrío;
Los hunos foscos
Un rey altivo;
Un rey ameno
Tienen los íberos;
Rey tiene el hombre,
Rey amarillo:
¡Mal van los hombres
Con su dominio!
Mas yo vasallo
De otro rey vivo,-
Un rey desnudo,
Blanco y rollizo:
Su cetro -un beso!
Mi premio -un mimo!
Oh! cual los áureos
Reyes divinos
De tierras muertas,
De pueblos idos
-¡Cuando te vayas
Llévame, hijo!-
Toca en mi frente
Tu cetro omnímodo;
Ungeme siervo,
Siervo sumiso:
¡No he de cansarme
De verme ungido!
¡Lealtad te juro,
Mi reyecillo!
Sea mi espalda
Pavés de mi hijo;
Posa en mis hombros
El mar sombrío:
Muera al ponerte
En tierra vivo:
Mas si amar piensas
El amarillo
Rey de los hombres,
¡Muere conmigo!
¿Vivir impuro?
¡No vivas, hijo!  
6
Canto de otoño


Bien: ya lo sé! La Muerte está sentada
A mis umbrales: cautelosa viene,
Porque sus llantos y su amor no apronten
En mi defensa, cuando lejos viven
Padres e hijo. Al retornar ceñudo
De mi estéril labor, triste y oscura,
Con que a mi casa de invierno abrigo,
De pie sobre las hojas amarillas,
En la mano fatal la flor del sueño,
La negra toca en alas rematada,
Ávido el rostro, trémulo la miro
Cada tarde aguardándome a mi puerta.
En mi hijo pienso, y de la dama oscura
Huyo sin fuerzas, devorado el pecho
De un frenético amor! Mujer más bella
No hay que la Muerte! Por un beso suyo
Bosques espesos de laureles varios,
Y las adelfas del amor, y el gozo
De remembrarme mis niñeces diera!
...Pienso en aquel a quien mi amor culpable
Trajo a vivir, y, sollozando, esquivo
De mi amada los brazos; mas ya gozo
De la aurora perenne el bien seguro.
Oh, vida, adiós! Quien va a morir, va muerto

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7
La niña de Guatemala


Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.

Ella dio al desmemoriado
Una almohadilla de olor:
El volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.

Ella, por volverlo a ver,
Salió a verlo al mirador:
Él volvió con su mujer:
Ella se murió de amor.

Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente la frente
Que más he amado en mi vida.

Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada,
Besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor.  
8
Sed de belleza


Solo, estoy solo: viene el verso amigo,
Como el esposo diligente acude
De la erizada tórtola al reclamo.
Cual de los altos montes en deshielo
Por breñas y por valles en copiosos
Hilos las nieves desatadas bajan
Así por mis entrañas oprimidas
Un balsámico amor y una avaricia
Celeste, de hermosura se derraman.
Tal desde el vasto azul, sobre la tierra,
Cual si de alma de virgen la sombría
Humanidad sangrienta perfumasen,
Su luz benigna las estrellas vierten
Esposas del silencio- y de las flores
Tal el aroma vago se levanta.

Dadme lo sumo y lo perfecto: dadme
Un dibujo de Ángelo: una espada
Con puño de Cellini, más hermosa
Que las techumbres de marfil calado
Que se place en labrar Naturaleza.
El cráneo augusto dadme donde ardieron
El universo Hamlet y la furia
Tempestuosa del moro: la manceba
India que a orillas del ameno río
Que del viejo Chichén los muros baña
A la sombra de un plátano pomposo
Y sus propios cabellos, el esbelto
Cuerpo bruñido y nítido enjugaba.
Dadme mi cielo azul... dadme la pura,
La inefable, la plácida, la eterna
Alma de mármol que al soberbio Louvre
Dio, cual su espuma y flor, Milo famosa.  
9
Del tirano


¿Del tirano? Del tirano
Di todo, ¡di más!, y clava
Con furia de mano esclava
Sobre su oprobio al tirano.

¿Del error? Pues del error
Di el antro, di las veredas
Oscuras: di cuanto puedas
Del tirano y del error.

¿De mujer? Bien puede ser
Que mueras de su mordida;
¡Pero no empañes tu vida
Diciendo mal de mujer!  
10
Poeta


Como nacen las palmas en la arena
Y la rosa en la orilla al mar salobre,
Así de mi dolor mis versos surgen
Convulsos, encendidos, perfumados.
Tal en los mares sobre el agua verde,
La vela hendida, el mástil trunco, abierto
A las ávidas olas el costado,
Después de la batalla fragorosa
Con los vientos, el buque sigue andando.

¡Horror, horror! ¡En tierra y mar no había
Más que crujidos, furia, niebla y lágrimas!
Los montes, desgajados sobre el llano
Rodaban; las llanuras, mares turbios,
En desbordados ríos convertidas,
Vaciaban en los mares; un gran pueblo
Del mar cabido hubiera en cada arruga;
Estaban en el cielo las estrellas
Apagadas; los vientos en jirones
Revueltos en la sombra, huían, se abrían,
Al chocar entre sí, y se despeñaban;
En los montes del aire resonaban
Rodando con estrépito; ¡en las nubes
Los astros locos se arrojaban llamas!

Río luego el Sol; en tierra y mar lucía
Una tranquila claridad de boda.
¡Fecunda y purifica la tormenta!
Del aire azul colgaban ya, prendidos
Cual gigantescos tules, los rasgados
Mantos de los crespudos vientos, rotos
En el fragor sublime. ¡Siempre quedan
Por un buen tiempo luego de la cura
Los bordes de la herida sonrosados!
Y el barco, como un niño, con las olas
Jugaba, se mecía, traveseaba.
TOMADO DE: http://www.telam.com.ar/notas/201301/6020-10-poemas-de-jose-marti.html