Aunque el castrismo es la negación de la vida y obra de José Martí,
la eficiente maquinaria publicitaria de la tiranía de los hermanos
Castro -que tiene en los estalinistas que anidan en la
izquierda mundial a sus principales papagayos y cheerleaders-, pretende hacernos creer que el régimen militar es martiano y marxista. La lectura de los textos de Martí demuestra
fehacientemente que esa es una vil mentira.
Aunque el portal http://www.josemarti.cu/ expresa que “está destinado a divulgar la vida y la obra de José Martí Pérez (1853-1895), el más
genial y universal de los pensadores cubanos”, no se encuentra su artículo La futura esclavitud -escrito en 1884-, donde Martí
vislumbró el régimen de oprobio que padece Cuba:
“De ser siervo de sí
mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los
capitalistas, como se llama ahora, irá a ser esclavo de los
funcionarios”.
La futura esclavitud es un análisis que José Martí hizo del ensayo La esclavitud futura, escrito por el filósofo y sociólogo británico Herbert Spencer
(1820-1903), donde coincide con él en su mayor parte. Martí nos dice:
“Teme Spencer, no sin fundamento, que al Ilegar a ser
tan varia, activa y dominante la acción del Estado, habría este de
imponer considerables cargas a la parte de la nación
trabajadora en provecho de la parte páupera (…) Todo el poder que
iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados por la necesidad de
mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe, lo iría
perdiendo el pueblo, que no tiene las mismas razones de complicidad
en esperanzas y provechos, para hacer frente a los funcionarios
enlazados por intereses comunes”.
Martí pronosticó:
“El funcionarismo autocrático abusará de la plebe cansada y
trabajadora. Lamentable será, y general, la servidumbre”. Los invito al
pueblo panameño a leer La futura
esclavitud (Obras Completas, tomo XV). Como la praxis es el
criterio de la verdad, le sugiero al lector que no comprenda lo que
expresa Martí en La futura esclavitud, a
que viva por un mes entre los trabajadores cubanos; además de
entenderlo, podrá comprobar la deplorable situación socioeconómica en
que el castrismo ha sumido al pueblo de la otrora Perla del
Caribe.
Exhorto a todos los pueblos a que tengan siempre presente las palabras escritas por Martí con motivo de la muerte de Marx, publicadas en el
periódico La Nación, de Buenos Aires, Argentina:
“Ved esta gran sala. Karl Marx ha muerto. Como se puso
del lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien el que señala
el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio,
sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar
a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de
unos hombres en provecho de otros. Mas, se ha de hallar
salida a la indignación, de modo que la bestia cese, sin que se
desborde, y espante”.
José Martí termina con una alerta su artículo hecho con motivo de la muerte de Marx: “Suenan músicas, resuenan coros, pero se nota que no son los de la
paz”.
Toda persona honesta debiera denunciar que la obra martiana es
censurada por el régimen militar que tiraniza al pueblo cubano desde
hace medio siglo.
La futura esclavitud
José Martí Pérez
José Martí Pérez
La Futura Esclavitud se llama este tratado de Herbert Spencer. Esa
futura esclavitud, que a manera de ciudadano griego que contaba para
poco con la gente baja, estudia Spencer, es el socialismo.
Todavía se conserva empinada y como en ropas de lord la literatura
inglesa; y este desdén y señorío, que le dan originalidad y carácter, la
privan, en cambio, de aquella más deseable influencia
universal a que por la profundidad de su pensamiento y melodiosa
forma tuviera derecho. Quien no comulga en el altar de los hombres, es
justamente desconocido por ellos.
¿Cómo vendrá a ser el socialismo, ni cómo éste ha de ser una nueva
esclavitud? Juzga Spencer como victorias crecientes de la idea
socialista, y concesiones débiles de los buscadores de
popularidad, esa nobilísima tendencia, precisamente para hacer
innecesario el socialismo, nacida de todos los pensadores generosos que
ven como el justo descontento de las clases llanas les lleva
a desear mejoras radicales y violentas, y no hallan más modo natural
de curar el daño de raíz que quitar motivo al descontento. Pero esto ha
de hacerse de manera que no se trueque el alivio de
los pobres en fomento de los holgazanes; y a esto sí hay que
encaminar las leyes que tratan del alivio, y no a dejar a la gente
humilde con todas sus razones de revuelta.
So pretexto de socorrer a los pobres –dice Spencer– sácanse tantos
tributos, que se convierte en pobres a los que no lo son. La ley que
estableció el socorro de los pobres por parroquias hizo
mayor el número de pobres. La ley que creó cierta prima a las madres
de hijos ilegítimos, fue causa de que los hombres prefiriesen para
esposas estas mujeres a las jóvenes honestas, porque
aquellas les traían la prima en dote. Si los pobres se habitúan a
pedirlo todo al Estado, cesarán a poco de hacer esfuerzo alguno por su
subsistencia, a menos que no se los allane
proporcionándoles labores el Estado. Ya se auxilia a los pobres en
mil formas. Ahora se quiere que el gobierno les construya edificios. Se
pide que así como el gobierno posee el telégrafo y el
correo, posea los ferrocarriles. El día en que el Estado se haga
constructor, cree Spencer que, como que los edificadores sacarán menos
provecho de las casas, no fabricarán, y vendrá a ser el
fabricante único el Estado; el cual argumento, aunque viene de
arguyente formidable, no se tiene bien sobre sus pies. Y el día en que
se convierta el Estado en dueño de los ferrocarriles,
usurpará todas las industrias relacionadas con estos, y se entrará a
rivalizar con toda la muchedumbre diversa de industriales; el cual
raciocinio, no menos que el otro, tambalea, porque las
empresas de ferrocarriles son pocas y muy contadas, que por sí
mismas elaboran los materiales que usan. Y todas esas intervenciones del
Estado las juzga Herbert Spencer como causadas por la marea
que sube, e impuestas por la gentualla que las pide, como si el
loabilísimo y sensato deseo de dar a los pobres casa limpia, que sanea a
la par el cuerpo y la mente, no hubiera nacido en los
rangos mismos de la gente culta, sin la idea indigna de cortejar
voluntades populares; y como si esa otra tentativa de dar los
ferrocarriles al Estado no tuviera, con varios inconvenientes, altos
fines moralizadores; tales como el de ir dando de baja los juegos
corruptores de la bolsa, y no fuese alimentada en diversos países, a un
mismo tiempo, entre gentes que no andan por cierto en
tabernas ni tugurios.
Teme Spencer, no sin fundamento, que al llegar a ser tan varia,
activa y dominante la acción del Estado, habría este de imponer
considerables cargas a la parte de la nación trabajadora en
provecho de la parte páupera. Y es verdad que si llegare la
benevolencia a tal punto que los páuperos no necesitasen trabajar para
vivir —a lo cual jamás podrán llegar—, se iría debilitando la
acción individual, y gravando la condición de los tenedores de
alguna riqueza, sin bastar por eso a acallar las necesidades y apetitos
de los que no la tienen. Teme además el cúmulo de leyes
adicionales, y cada vez más extensas, que la regulación de las leyes
anteriores de páuperos causa; pero esto viene de que se quieren
legislar las formas del mal, y curarlo en sus manifestaciones;
cuando en lo que hay que curarlo es en su base, la cual está en el
enlodamiento, agusanamiento y podredumbre en que viven las gentes bajas
de las grandes poblaciones, y de cuya miseria —con costo
que no alejaría por cierto del mercado a constructores de casas de
más rico estilo, y sin los riesgos que Spencer exagera— pueden sin duda
ayudar mucho a sacarles las casas limpias, artísticas,
luminosas y aireadas que con razón se trata de dar a los
trabajadores, por cuanto el espíritu humano tiene tendencia natural a la
bondad y a la cultura, y en presencia de lo alto, se alza, y en
la de lo limpio, se limpia. A más que, con dar casas baratas a los
pobres, trátase sólo de darles habitaciones buenas por el mismo precio
que hoy pagan por infectas casucas.
Puesto sobre estas bases fijas, a que dan en la política inglesa
cierta mayor solidez las demandas exageradas de los radicales y de la
Federación Democrática, construye Spencer el edificio
venidero, de veras tenebroso, y semejante al de los peruanos antes
de la conquista y al de la Galia cuando la decadencia de Roma, en cuyas
épocas todo lo recibía el ciudadano del Estado, en
compensación del trabajo que para el Estado hacía el ciudadano.
Henry George anda predicando la justicia de que la tierra pase a ser
propiedad de la nación; y la Federación Democrática anhela la formación
de “ejércitos industriales y agrícolas conducidos por
el Estado”. Gravando con más cargas, para atender a las nuevas
demandas, las tierras de poco rendimiento, vendrá a ser nulo el de
estas, y a tener menos frutos la nación, a quien en definitiva
todo viene de la tierra, y a necesitarse que el Estado organice el
cultivo forzoso. Semejantes empresas aumentarían de terrible manera la
cantidad de empleados públicos, ya excesiva. Con cada
nueva función, vendría una casta nueva de funcionarios. Ya en
Inglaterra, como en casi todas partes, se gusta demasiado de ocupar
puestos públicos, tenidos como más distinguidos que cualesquiera
otros, y en los cuales se logra remuneración amplia y cierta por un
trabajo relativamente escaso; con lo cual claro está que el nervio
nacional se pierde. ¡Mal va un pueblo de gente oficinista!
Todo el poder que iría adquiriendo la casta de funcionarios, ligados
por la necesidad de mantenerse en una ocupación privilegiada y pingüe,
lo iría perdiendo el pueblo, que no tiene las mismas
razones de complicidad en esperanzas y provechos, para hacer frente a
los funcionarios enlazados por intereses comunes. Como todas las
necesidades públicas vendrían a ser satisfechas por el
Estado, adquirirían los funcionarios entonces la influencia enorme
que naturalmente viene a los que distribuyen algún derecho o beneficio.
El hombre que quiere ahora que el Estado cuide de él
para no tener que cuidar él de sí, tendría que trabajar entonces en
la medida, por el tiempo y en la labor que pluguiese al Estado
asignarle, puesto que a este, sobre quien caerían todos los
deberes, se darían naturalmente todas las facultades necesarias para
recabar los medios de cumplir aquellos. De ser siervo de sí mismo,
pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo
de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los
funcionarios. Esclavo es todo aquel que trabaja para otro que tiene
dominio sobre él; y en ese sistema socialista dominaría la
comunidad al hombre, que a la comunidad entregaría todo su trabajo. Y
como los funcionarios son seres humanos, y por tanto abusadores,
soberbios y ambiciosos, y en esa organización tendrían gran
poder, apoyados por todos los que aprovechasen o esperasen
aprovechar de los abusos, y por aquellas fuerzas viles que siempre
compra entre los oprimidos el terror, prestigio o habilidad de los
que mandan, este sistema de distribución oficial del trabajo común
llegaría a sufrir en poco tiempo de los quebrantos, violencias, hurtos y
tergiversaciones que el espíritu de individualidad, la
autoridad y osadía del genio, y las astucias del vicio originan
pronta y fatalmente en toda organización humana. “De mala humanidad
—dice Spencer— no pueden hacerse buenas instituciones.” La
miseria pública será, pues, con semejante socialismo a que todo
parece tender en Inglaterra, palpable y grande. El funcionarismo
autocrático abusará de la plebe cansada y trabajadora. Lamentable
será, y general, la servidumbre.
Y en todo este estudio apunta Herbert Spencer las consecuencias
posibles de la acumulación de funciones en el Estado, que vendrían a dar
en esa dolorosa y menguada esclavitud; pero no señala con
igual energía, al echar en cara a los páuperos su abandono e
ignominia, los modos naturales de equilibrar la riqueza pública dividida
con tal inhumanidad en Inglaterra, que ha de mantener
naturalmente en ira, desconsuelo y desesperación a seres humanos que
se roen los puños de hambre en las mismas calles por donde pasean
hoscos y erguidos otros seres humanos que con las rentas de
un año de sus propiedades pueden cubrir a toda Inglaterra de
guineas.
Nosotros diríamos a la política: ¡Yerra, pero consuela! Que el que consuela, nunca yerra.
Nueva York, abril de 1884.
Tomado de las Obras Completas, tomo 15, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, páginas 388-392.
TOMADO DE: http://profesorcastro.jimdo.com/tergiversar-a-mart%C3%AD/